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Esta película con sello independiente es una de esas perlas ocultas en la cartelera que hay que descubrir y irar ya que Ghostlight es pequeña en su concepto de producción, casi imperceptible, porque es una historia de gente común, que puede pasar desapercibida, de personas de a pie, pero tiene un fondo tan honesto que te llega sin artificios, que hace visible lo que no se ve, esas fracturas del alma que necesitan el apoyo de otras para pasar por la vida descargando el vacío que deja la ausencia.

Ghostlight descansa sobre una verdad incontestable, lo que queda tras un hecho trágico que carcome y que busca oxígeno para aliviar la sensación de penuria permanente. Y entre el drama con momentos de comedia -algo muy difícil de encajar-, en ese tono realista que destila y que aplican en la dirección Alex Thompson y Kelly O’Sullivan para no dejar que la tristeza nos absorba, se abre una vía de escape, un enaltecimiento a la amistad realmente hermoso a través de un grupo de personas comunes, seres anónimos que se amparan unos a otros amarrados firmemente por su amor al teatro, esa medicina cicatrizante que ilumina lo que en esa familia es de una oscuridad desoladora.

Dan es un obrero que calla por fuera pero que sufre por dentro. Su adolescente hija se rebela contra todo y contra todos porque no sabe exteriorizar sus sentimientos, y la esposa de este hombre taciturno intenta pese a su profundo dolor que no se rompa el vínculo afectivo familiar, bastante dañado tras una pérdida irreparable que los ha dejado conmocionados. Por casualidad, Dan es invitado a asistir a los ensayos de la obra Romeo y Julieta de Shakespeare que quiere llevar a cabo un grupo de aficionados al teatro. De este modo, la historia de un drama personal se asocia con el descubrimiento de la vocación interpretativa, a la que se suma su hija para descubrirse a sí misma y a los demás como lo que es, una joven con un talento y una fuerza irresistible.

Ghostlight no rehúye su doloroso fondo, pero se abre a unas maravillosas posibilidades de encontrar esa conplacencia tan necesaria.

Extraordinarias las interpretaciones, en especial la de Keith Kupferer, y las de Katherine Mallen Kupferer y Tara Mallen -familia en la vida real-, como también resulta sobresaliente la de Dolly De Leon, esa actriz menuda que todo lo revoluciona con su carácter vital.

Sería una pena que no descubriesen esta película, no sentirla, no disfrutarla como lo que es, una excelente muestra de buen cine, inteligente, realista, sencillo y humano, hecho nada más y nada menos que con los mimbres de la verdad.

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