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Parece el argumento de una película de ciencia ficción, pero a las 12.33 horas de ayer el sistema eléctrico español perdió quince gigavatios “súbitamente, en apenas cinco segundos”, en palabras del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Esta sería la causa del apagón histórico que ayer sumió en el caos a buena parte de la península Ibérica, sin que nadie se atreva a especular el por qué de esta anómala situación que generó todo tipo de bulos y afectó a millones de personas. En la redacción de SEGRE estuvimos sin luz desde poco antes de la una del mediodía hasta pasadas las diez de la noche y la conexión a internet no se recuperó hasta dos horas después, de ahí que nuestra edición de hoy tenga menos páginas de lo habitual. Ni en los peores días de la pandemia había sido tan difícil trabajar, tanto para nosotros, como para miles de empresas. Hubo colas en los supermercados para hacer acopio de agua envasada, tiendas que cerraban como podían porque la mayoría de persianas son eléctricas, datáfonos inservibles que convertían las tarjetas de crédito en un plástico sin valor y teléfonos a los que no llegaban mensajes ni llamadas. Pese al evidente refuerzo de los agentes de las policías locales y los Mossos d’Esquadra desplegados en las calles, la ausencia de semáforos acentuó la sensación de anarquía durante el día, especialmente cuando oscureció. Y hasta se tuvo que habilitar el pabellón de L’Albi para acoger a más de medio millar de pasajeros de un tren que se quedaron tirados camino de Barcelona. “Esto es algo que no había ocurrido jamás”, itió el presidente del Gobierno. Y es que 15GW equivalen, aproximadamente, al 60% de la demanda eléctrica de toda España en ese momento de la mañana. Pero aunque esto en concreto no hubiera ocurrido antes, lo cierto es que la dependencia de la tecnología pone en evidencia cada vez más a menudo nuestra fragilidad. El pasado mes de julio daba igual si se pretendía subir a un avión o marcar el 061. Un fallo de la empresa de seguridad informática CrowdStrike provocó el caos global y causó incidencias en grandes empresas e infraestructuras de todo el mundo. La interconexión de sistemas informáticos nos dejó expuestos y desprotegidos como s, pero también como ciudadanos, puesto que ningún gobierno puede prescindir de la tecnología. En aquel momento se abrió el debate sobre la necesidad de reducir la dependencia en sectores estratégicos de softwares privados de multinacionales extranjeras, pero solucionado el error, el tema cayó en el olvido. El de julio fue un apagón digital; el de ayer, eléctrico, pero las consecuencias fueron muy parecidas. La pandemia puso en evidencia que un virus microscópico podía paralizar el mundo y ayer constatamos, una vez más, que nuestra dependencia de la electricidad y la tecnología también puede ser nuestro invisible talón de Aquiles.

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